Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

PORFIRIO DÍAZ Y LA AGITACIÓN POPULAR

Arturo Langle Ramírez


El ascenso del señor general Porfirio Díaz a la presidencia de la República, así como su caída del poder, presentan un punto en común: la agitación, la violencia popular.

Díaz ya con el grado de general y con un prestigio de magnífico militar ganado en las luchas contra la intervención francesa, primero en 1862 y más tarde, en 1867, llegó a la candidatura presidencial para el periodo 1872-1876; los otros candidatos eran el licenciado Benito Juárez y el señor Sebastián Lerdo de Tejada. Las elecciones se efectuaron en la forma acostumbrada: el pueblo con una actitud pasiva e indiferente, pero en cambio los políticos trabajaban afanosamente buscando saciar sus ambiciones. El resultado de aquel teatro electoral se dio a conocer en septiembre del mismo año (1871), y en el bando se publicaba la reelección de don Benito Juárez.

El héroe del 2 de abril como había dado en llamarle la prensa al general Díaz, en recuerdo a la derrota infligida a los franceses, se rebeló acompañado de otros militares y algunos políticos civiles en contra del gobierno establecido; lanzaron el Plan de La Noria en el que en su parte final aparecía una profética sentencia, que años después encajaría precisamente contra su gobierno: "que ningún ciudadano se imponga y perpetúe en el ejercicio del poder y ésta será la última revolución".[ 1 ]

El movimiento, aunque encontró eco en algunos lugares del país, no fue lo suficiente poderoso como para derrocar a Benito Juárez. Sin embargo, meses después, en julio de 1872 la noticia sorpresiva de la muerte del señor Juárez despertó otra vez en Díaz la ambición por el poder; por lo pronto, con la amnistía expedida por el licenciado Sebastián Lerdo de Tejada quien se había hecho cargo provisionalmente de la presidencia, regresaba el general Díaz a su estado natal Oaxaca, sin la persecución de las fuerzas gobiernistas, aunque no por ello dejara de vigilársele discretamente.

El Congreso de la Unión, de acuerdo con lo prevenido en la constitución vigente, convocó a elecciones, las que se efectuaron sin obstáculo durante el mes de octubre y para

el 16 de noviembre declaró el Congreso que había sido electo presidente para el cuatrienio que comenzara el día 19 de diciembre de 1872 el licenciado Sebastián Lerdo de Tejada, por haber obtenido el voto de 9 520 electores, contra 604 a favor de Porfirio Díaz y 136 a favor de otros candidatos.[ 2 ]

Por segunda ocasión Díaz quedaba derrotado; como militar era capaz y muy popular, pero como político todavía le faltaba algo; a pesar de todo, no fue motivo para que desapareciera en él la ambición presidencial, sino por el contrario, parece que se convirtió en una obsesión.

Transcurrieron rápidamente tres años, el gobierno de Lerdo de Tejada no llegó a la realización constitucional esperada; el optimismo inicial pasaba a ser ilusorio y hasta decepcionante. Aún así, se abrieron las puertas que dieron entrada a la nueva campaña electoral. Martín Quirarte sintetiza en unas cuantas palabras la postura del señor presidente: "Lerdo dominado por el amor propio más que por la ambición deseaba reelegirse".[ 3 ]

Ante ese panorama el general Díaz se lanzó a una nueva revolución; el día 10 de enero de 1876 proclamaba el Plan de Tuxtepec, en el que se defendía el principio de la no reelección, tanto del presidente como del vicepresidente de la República, así como de los gobernadores de los estados. Poco después ese plan se reformó en una de sus partes en la población de Palo Blanco, pero sin perderse el lema de la no reelección.

Los comicios no se habían efectuado. No obstante, la nación estaba en efervescencia, lista a abrazar la naciente revolución. El señor Vera Estañol justifica esa situación al decir:

la única manera de curar este inquietante estado de parálisis e inanición nacional era la eliminación del lerdismo y como ella resultaba imposible por el procedimiento constitucional de las elecciones, porque hasta entonces no se había dado el caso de que el gobierno las perdiera, un grupo de civiles y militares organizó el movimiento tuxtepecano.[ 4 ]

La rebelión pronto se extendió en casi toda la república, las sublevaciones se multiplicaron ante la ineficacia de las fuerzas gobiernistas. Las acciones de arenas se continuaron hasta el mes de noviembre, y fue el día 16 del mismo mes cuando se obtuvo el triunfo de Tecuac, que significó la victoria definitiva de los rebeldes. Cuatro días después, Sebastián Lerdo de Tejada abandonaba la presidencia, y para el 23 del citado noviembre, al fin el general Porfirio Díaz ocupaba la ambicionada silla presidencial.

Tenía toda la razón el señor Vera Estañol en indicar que era imposible el triunfo "por el procedimiento constitucional de las elecciones", ya que de las que nos ocupamos se verificaron en el mes de julio, y como era natural con resultados favorables a Lerdo. La farsa fue perfecta y el congreso se encargó de darle un tinte legal.

El general Díaz hacía realidad su sueño y llegaba al máximo poder constitucional tras agitar a toda la nación.

Como la intención de estas notas es presentar el punto común en el ascenso y en la caída como presidente de la República del general Díaz, conformémonos en consignar que permaneció en el cargo por treinta largos años, que si bien es cierto dio la tan deseada paz al pueblo mexicano, también es verídico que la decrepitud del dictador señaló un detenimiento negativo para el país.

Así, pues, sólo me permito transcribir la división que hace Vera Estañol de la etapa porfirista:

El gobierno tuxtepecano, 1876-1880.
El de gestación porfirista, 1880-1884.
El de desarrollo y culminación del porfirismo, 1884-1900.
El de decadencia del porfirismo, 1900 en adelante.[ 5 ]

La década de 1901 a 1910 está llena de acontecimientos trascendentales para la vida política nacional y por consiguiente para el gobierno de don Porfirio.

El año de 1903 registró la ya tan acostumbrada pantomima electoral; el pueblo ajeno a todo aquello y sin presentar el mínimo interés se conformaba con que su vida rutinaria no se perturbara. Sin embargo, un caso insólito, no sólo para aquella época, sino para muchas más, un miembro de la misma maquinaria porfirista, don Francisco Bulnes, desde la tribuna de la Cámara de Diputados, abrió los ojos a propios y extraños; en forma valiente expuso la verdadera situación política del país ante la sexta reelección del general Díaz. Si por el momento la cosa no pasó a mayores, sí permitió a la juventud intelectual meditar seriamente sobre la anómala situación que México estaba viviendo.

Los meses corrían, los años pasaban y la decadencia y el malestar se acentuaban. El mes de julio de 1906 marcaba el despertar de la clase obrera. En Cananea, Sonora, se registraba un movimiento de huelga en contra de la compañía minera de propiedad norteamericana; el movimiento fracasó, pero la semilla quedó sembrada y meses después se extendía a varios lugares de la república.

Ese mismo año, y quizá de mayor significación para nuestra historia contemporánea, se conocieron las actividades desarrolladas por el Partido Liberal, que culminaron con el extraordinario documento que se conoce como programa del Partido Liberal y Manifiesto a la Nación. Fue ese programa el que animó otros movimientos huelguistas.

El descontento por la opresión dio lugar a que las insurrecciones se multiplicaran, pero todavía se dejaba sentir un carácter localista, lo que permitía a las autoridades gobiernistas reprimirlas con cierta facilidad, aunque en la mayoría de las veces se hacía gala de fuerza con las columnas del ejército porfirista. Sólo basta recordar la odiosa intervención del general Rosalino Martínez en la huelga de Río Blanco, Veracruz.

A pesar de todo, el gobierno de don Porfirio seguía adelante, ambos envejecían y la debilidad se hacía más notoria; se confirmó esta debilidad con las declaraciones hechas al periodista norteamericano James Creelman cuando dijo que vería con buenos ojos la aparición de un partido de oposición en las próximas elecciones presidenciales para el periodo 1910-1916. Don Porfirio se arrepintió después de aquella muestra de debilidad, pero ya era demasiado tarde.

La reacción no se hizo esperar y pronto surgieron varios partidos políticos. Por aquellos días en que se presumía la libertad política y de prensa apareció un libro intitulado La sucesión presidencial de 1910, firmado por el señor Francisco I. Madero. La publicación resultó de gran impacto, sobre todo por el momento que se vivía.

La campaña electoral antirreeleccionista se tuvo que enfrentar a una serie de obstáculos, que culminó con la aprehensión de su candidato, el señor Francisco I. Madero, en la ciudad de Monterrey; pero más tarde, se le trasladó a San Luis Potosí, ya que, según las autoridades locales, en aquella población don Francisco había pronunciado un discurso ofensivo al señor presidente y a su gobierno; primero se le encarceló, pero después se le concedió la ciudad por cárcel.

Si la agitación hasta estos momentos sólo era de carácter político, con el resultado de las elecciones de junio y julio de 1910, en las que se declaraba la séptima reelección de Porfirio Díaz y la primera para Ramón Corral en la vicepresidencia, provocaron el descontento popular y la decisión de los dirigentes antirreeleccionistas de luchar en contra de la imposición. "La consagración definitiva de Corral en la vicepresidencia lastimó y alarmó profundamente, a la mayoría activa de la nación: era un verdadero reto a la opinión pública; una imposición despótica de Díaz."[ 6 ]

El señor Madero había logrado fugarse de San Luis y se refugiaba en los Estados Unidos; poco tiempo después apareció el Plan de San Luis, en el que se declaraban nulas las elecciones efectuadas. Con aquella agitación, la contienda electoral tomaba otro derrotero, puesto que se invitaba al pueblo a lanzarse al movimiento armado, debiendo hacerlo el día 20 de noviembre a partir de las seis de la tarde.

La revolución pronto cundió en toda la república, la agitación iba en aumento y aunque en un principio el señor presidente no le concedió importancia, después comprendió su error, pero ya era demasiado tarde. La insurrección maderista, si no alcanzaba características militares, las suplía en cambio con una popularidad jamás alcanzada en movimiento alguno. Los hechos de armas eran contados; las guerrillas mal organizadas no permitían los triunfos deseados; aun así, el ejército porfirista no pudo acabar con los nuevos caudillos revolucionarios: Pascual Orozco, Francisco Villa y Emiliano Zapata.

La debilidad de don Porfirio se manifestó plenamente al ofrecer la vicepresidencia a los rebeldes, pero para esas fechas la insurrección ya no estaba para aceptar, sino para exigir. El asalto y toma de Ciudad Juárez, así como los tratados del mismo nombre dieron al traste con el gobierno porfirista, que ya sin bases firmes y con la opinión pública en su contra se desmoronó; el viejo edificio de la dictadura se derrumbó estrepitosamente y el general Díaz, triste y todavía sin creerlo, presentó su renuncia como presidente de la República, ante el Congreso de la Unión, el día 25 de mayo de 1911.

Porfirio Díaz había llegado a la primera magistratura con una agitación militarista popular, que él mismo encabezó; treinta años después, caía ante una agitación jamás registrada en los anales de nuestra historia, intelectuales: políticos, estudiantes y el pueblo en general, intervinieron en una u otra forma. Fue una agitación que el propio dictador propició y que nunca pudo detener.

Los líderes de la revolución triunfante, así como el gobierno interino del licenciado Francisco León de la Barra, le guardaron toda clase de consideraciones; primero, cuidaron de su vida desde el momento mismo de la renuncia hasta el de su partida; cabe hacer notar que si no se deseaba su muerte, sí podía darse el caso de un atentado por algún exaltado o enfermo mental; segundo, se le permitió que eligiera al general que debía custodiarlo hasta el puerto de Veracruz, de donde habría de embarcarse hacia el Viejo Mundo.

No costó mucho trabajo al señor Díaz hacer la elección, ya que, conocía perfectamente la capacidad de cada uno de sus jefes; por tanto, decidió que fuera el general Victoriano Huerta el que se hiciera cargo de la vigilancia del convoy de ferrocarril. Huerta había dado muestras de lealtad al gobierno y respetaba profundamente el honor militar; en cuanto a su capacidad, estaba plenamente comprobada por las diferentes comisiones desempeñadas tanto de orden administrativo como en el aspecto estrictamente militar.

El presidente interino, tomando en consideración lo sugerido por el ex dictador, ordenó al general Huerta que organizara la columna en la forma más conveniente, a fin de cumplir satisfactoriamente su cometido.

Transcribo el telegrama enviado por el general Victoriano Huerta al señor licenciado Francisco León de la Barra, presidente interino, por considerar que es el relato más fiel y exacto que se tiene de aquella travesía, y por razón de que el documento es casi desconocido:

Veracruz, mayo 2 8 de 1911. Señor Presidente de la República Licenciado Francisco L. de la Barra. México. Muy respetable señor presidente: Me es altamente honroso participar a usted que con el fin de custodiar en su viaje al señor general don Porfirio Díaz el día 26 del corriente salió de la Estación de San Lázaro una locomotora exploradora y con el intervalo de tiempo suficiente al fin de conservarse a la vista desfilaron sucesivamente tres trenes. El primero de éstos compuesto de carro de equipajes en el cual se situaron dos ametralladoras con su personal de tropa a las órdenes del teniente Escalona, y en seguida de este carro dos coches en los cuales iban ciento cincuenta individuos de tropa del 11o. Batallón con cinco oficiales a las órdenes del teniente coronel del propio cuerpo Alberto Franco; el segundo tren compuesto de tres coches, uno de ellos ocupado por el Señor general de División don Porfirio Díaz con su familia y acompañado por varias personas y los otros dos por la escolta de "Guardias de la Presidencia ", y el último tren compuesto de dos carros ocupados por ciento cuarenta y nueve individuos de tropa con cuatro oficiales del Batallón de Zapadores a las órdenes del mayor del mismo cuerpo Felipe Albírez. A las 11:30 am al acercarse el tren de vanguardia a Tepeyaluralco, y después de haber pasado la máquina exploradora por dicho punto, se observaron dos grupos de individuos montados y armados inmediatos a las primeras casas a la derecha de la vía y creyendo yo que serían de las fuerzas maderistas con misión de vigilar la vía férrea, ordené a ametralladoras y tropa de su dotación, en cuyo lugar de emplazamiento me encontraba yo con los oficiales de mi Estado Mayor que no hicieran fuego más en este momento y al mismo tiempo que se paraba el tren se vio que los grupos antes dichos dispararon sus armas sobre nosotros, en vista de lo cual ordené el ataque empezando desde luego a funcionar una de las ametralladoras y la fuerza del 11o. Batallón bajó de los coches que ocupaba con su jefe a la cabeza. Se les hicieron algunos muertos y heridos sin poderse apreciar el número, y sólo puedo agregar que al final de la escaramuza se vio a la larga distancia un grupo como de ocho hombres que huía. Se les quitaron dos "Remington", una pistola, 259 cartuchos, una bandera y mil pesos en plata, habiéndose repartido éstos a la tropa y oficiales por orden del ciudadano general don Porfirio Díaz. Por nuestra parte tuvimos un sargento y dos soldados heridos, siendo el de más gravedad el primero, que su lesión está en el brazo derecho. Por este hecho se perdieron cincuenta y cinco minutos. Se continuó la marcha hasta esta plaza, donde llegamos a las 6:15 pm sin otro contratiempo. Respetuosamente. El general V. Huerta.[ 7 ]

En el mismo telegrama, en nota marginal manuscrita a lápiz, está la contestación sin rúbrica: "Con interés lamentando incidente celebrado comportamiento".

Por separado Huerta informó: "Señor Presidente de la República F. La Barra. Hónrome en comunicar a usted que he llegado a esta plaza a las 6 quince con el señor general de División don Porfirio Díaz sin novedad. Respetuosamente. El general V. Huerta".[ 8 ]

El informe del general Huerta nos permite conocer en detalle los incidentes de aquella travesía, pero tiene un punto que no deja de ser curioso, ya que, al referirse al botín, indica: "y mil pesos en plata, habiéndose repartido éstos a la tropa y oficiales por orden del ciudadano general don Porfirio Díaz". Ciertamente que Díaz ostentaba el máximo grado del ejército: general de División; en cambio Huerta tenía el de general de Brigada, por lo que, estaba supeditado a las órdenes del primero. Sin embargo, la marcha de Porfirio Díaz no era en cumplimiento de una comisión, sino por el contrario iniciaba camino del destierro. Es muy discutible el cumplimiento de aquella orden, pero como en este caso resultaba beneficiada directamente la oficialidad y la tropa, Huerta no tuvo empacho en darle cumplimiento. Por otra parte, es posible que en el general Díaz la fuerza de la costumbre (30 años) lo llevase a dar la mencionada orden; aunque también es cierto que, de acuerdo con los reglamentos del ejército, sólo se le podía degradar por traición a la patria, y a Díaz de todo se le podrá calificar, pero nunca de traidor.

La estancia del señor Díaz y de su familia en el puerto de Veracruz se significó por las muestras de simpatía y respeto, a grado tal, que hubo numerosas visitas de carácter oficial a la casa del señor Pearson, donde se habían alojado; las autoridades del Ayuntamiento también hicieron acto de presencia. "El regidor Siliceo dirigió cordiales y emocionadas palabras y afirmó que estaba seguro de que el pueblo le devolvería el cariño y el respeto que siempre le había tenido."[ 9 ]

La etapa de calma se inició propiamente cuando el señor general Díaz acompañado de su familia emprendió el viaje en el vapor alemán Ipiranga, el día 31 de mayo de 1911 con destino a Europa. El pueblo veracruzano con lágrimas en los ojos despidió al ex mandatario, quien con una marcada tristeza reflejada en el rostro decía adiós a México, todavía con la idea de regresar algún día.

Los primeros años de su destierro, llenos de melancolía pero sin enfermedades, le permitieron llevar una vida hogareña y extremadamente calmada; algunas veces se rompía aquella monotonía con algún viaje, ya para asistir a unas prácticas militares a las que especialmente había sido invitado, o bien para ser condecorado por el gobierno de un Estado europeo. Como militar gozaba del reconocimiento mundial.

Los meses iniciales del año de 1915 siguieron más o menos el mismo curso; a su regreso de Biarritz en el mes de mayo, donde le sorprendió la Primera Guerra Mundial, se empezó a notar la falta de ánimo en el general; los paseos a caballo fueron menos frecuentes. Ahora, el mayor tiempo lo dedicaba a la lectura y a recibir el cariño de sus nietos. En junio, la arterioesclerosis lo obligó a guardar cama y, aunque se levantó, quedó en silla de ruedas; el mal avanzaba notoriamente, la familia permanecía cerca de él ahora más que nunca y las visitas de las amistades se repetían más a menudo. Los diálogos en esos últimos días siempre culminaban en lo mismo, una marcada nostalgia por su estado natal Oaxaca y un deseo incontenible por reposar definitivamente en México.

En los últimos días de junio, el dolor de la familia Díaz era más notorio. El general se consumía y los alientos por vivir se esfumaban. En la mañana del día 2 de julio perdió el habla, para las seis de la tarde el conocimiento y treinta minutos después expiraba el viejo ex dictador.

La infausta noticia se extendió rápidamente:

Se llenó la casa con funcionarios de la República Francesa y con delegados de la ciudad de París. Vino el jefe del cuarto militar del presidente Poincaré. Se presentó el general Noix, que había recibido a don Porfirio a su llegada a Francia y le había puesto en las manos la espada de Napoleón; vinieron comisiones de ex combatientes. Acababa de morir algo más que una persona ilustre: el pueblo de Francia rendía homenaje al hombre que por treinta años había gobernado a otro pueblo; el ejército francés traía un saludo para el soldado que medio siglo antes había salido a combatirlo.[ 10 ]

La colonia mexicana presentó sus condolencias y no fueron pocos los llegados de otras naciones europeas. Las honras fúnebres se efectuaron, y temporalmente el féretro quedó en Saint Honoré l'Eylan; meses después se le trasladó al cementerio de Montparnasse, donde permanecen sus restos hasta nuestros días.

En México se conoció la noticia horas después, y la prensa al día siguiente la dio a conocer; de momento causó impacto y tristeza, pero ante la inestabilidad del gobierno y por los acontecimientos internos que se registraban pronto pasó al olvido.

La ambición presidencial del general Porfirio Díaz, así como su caída, según lo hemos confirmado, se significaron por la agitación. La renuncia acabó con ella, el destierro obligado le proporcionó la calma, y años después la muerte, la paz eterna.

[ 1 ] Ricardo García Granados, Historia de México. Desde la restauración de la República en 1867, hasta la caída de Huerta, México, Jus, 1956, t. I, p. 69.

[ 2 ] Ricardo García Granados, Historia de México. Desde la restauración de la República en 1867, hasta la caída de Huerta, México, Jus, 1956, t. I, p. 74.

[ 3 ] Martín Quirarte, Visión panorámica de la historia de México, México, 1965, p. 178.

[ 4 ] Jorge Vera Estañol, La Revolución Mexicana. Orígenes y resultados, México, Porrúa, 1957, p. 75.

[ 5 ] Jorge Vera Estañol, La Revolución Mexicana. Orígenes y resultados, México, Porrúa, 1957, p. 74.

[ 6 ] Jorge Vera Estañol, La Revolución Mexicana. Orígenes y resultados, México, Porrúa, 1957, p. 118.

[ 7 ] Archivo Emiliano Zapata, Archivo Histórico de la Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad Universitaria, México.

[ 8 ] Archivo Emiliano Zapata, Archivo Histórico de la Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad Universitaria, México.

[ 9 ] Gustavo Casasola, Historia gráfica de la Revolución Mexicana 1900-1910, edición conmemorativa, México, Trillas, 1960, t. I, p. 324.

[ 10 ] Martín Luis Guzmán, Muertes históricas, México, Compañía General de Ediciones, 1958, t. I, p. 25.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 2, 1967, p. 157-166.

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